Ahora sí podemos decir que el verano ya terminó, quizá no el
tiempo de sol, pero la estación conocida como verano, terminó. Un verano más
que no hemos perdido afortunadamente, porque ya se nos notan mucho las
carencias de algún verano, ya se sabe, “te falta un verano”, pues el verano
sirve para eso, para madurar, para crecer, para cargar las baterías de vitamina
D. No puedo pensar en el verano y no pensar en Frederick de Leo Lioni,
a esto se le llama, o se le debería llamar, “deformación lectora”.
Sin
embargo, estaréis conmigo en que todos los veranos acaban mal, y no porque se
muriera Chanquete, que también, que la vida es dura y ya verás, tendrás amigos,
tendrás amores, sino porque el estrés con el que se empieza septiembre no es
forma de acabar el verano. Cada casa es un mundo, no creo que mi casa se lleve
la palma de empezar septiembre con estrés, pero es la que conozco.
Empecemos con
el tiempo, por la mañana hace un frío que nos obliga a ir abrigados, pero al
mediodía suele hacer calor, y ahí estamos, como cebollinas quitándonos capas, lo
cual no evita que los virus o los catarros aparezcan en prácticamente todas las
familias, porque arranca uno y luego el resto poco a poco lo va siguiendo. Esta
situación conlleva que los armarios se quedan pequeños porque hay que tener
ropa de abrigo y otras muchas prendas para poder atender a todas las
necesidades del día, climatológicamente hablando.
Luego, mucho
hablar de la cuesta de enero, pero no hay peor cuesta para muchas familias,
especialmente, en las que hay niños, que la de septiembre, que no se habla tanto
de ella, porque duele, porque es necesaria, pero se nos juntan todas las
necesidades: las que vienen de los estudios -importantísimas y que no se pueden
obviar-, acompañadas de ciertos caprichos más necesarios a veces que los
libros, porque al cole hay que volver con ganas, con ilusión, y si eso nos lo
da un estuche nuevo, pues es un gasto necesario. Además, hay que sumarle la
ropa, no solo porque los niños han crecido en verano, sino porque los padres en
verano hemos engordado, pues nos pasamos el invierno haciendo operación biquini
para pasarnos el verano haciendo operación grasita para aguantar el invierno.
Esto nos
lleva de nuevo a los armarios, que sí, en septiembre, hay que revisar, limpiar,
ordenar, con el fin de retirar y donar todo lo que ya no nos sirve, pero
también para comprobar qué es eso que no sirve… y todo esto lo tenemos que
hacer cuando fuera estamos viendo que hay un rayito de sol (al menos en el norte
quizá sea el único rayín de sol) y, claro, entramos en agobio. Algo muy
característico del mes de septiembre. ¿Cómo no nos vamos a agobiar si cuando
hace un rayito de sol o estamos ordenando el armario o estamos en una larga
cola para comprar/encargar el material escolar de nuestros pequeños? Esto, sin
duda, no puede convertir el final del verano en algo para tirar voladores.
La vuelta
al cole que tanto dinero da a algunos, los que hacen su agosto con ella, es para
otros la vuelta a la incertidumbre, el miedo, el vivir con la espada de
Damocles acechando. Pienso en todos esos padres, madres y tutores legales que
tienen un hijo con algún tipo de dictamen, que hay muchos, tal vez demasiados
para un sistema educativo cada vez más carente de recursos, de inversión
económica cuestionablemente bien empleada. Están los de déficit de atención,
los de dislexia/discalculia, los TEA, los de altas capacidades y muchos otros
NEE y NEAE.
Yo que
estoy a los dos lados sé bien lo que se sufre, conozco la impotencia, las
noches sin dormir que reaparecen en septiembre como el tren fantasma de una
película de terror. Con sol o sin sol, el verano ya acabó, y un año más acaba
dejándonos en el cuerpo las ganas de que vuelva ya, de que pase pronto el otoño
con todos sus colores rojizos, de que acabe ya ese cruel invierno tan necesario
para invernar al calor de la familia y así cual Demeter ver más cercano el
tiempo de recuperar a nuestros hijos y alejarlos durante un tiempo de Hades y
su infierno.
A algunos
niños y niñas, jóvenes, en general, con todas esas barreras que la homogenización
impone, en esos márgenes en los que han de vivir durante el otoño, el invierno
y la primavera, les cuesta mucho ser aceptados, les cuesta mucho que los dejen
integrarse, les cuesta mucho hacer ver que a ellos también les gustan otros, a
ellos también les gusta destacar, a ellos también les gusta ser queridos, ser
socialmente aceptados. Su asignatura más difícil: la comprensión y aceptación de
sus iguales, y a veces, también de los mayores que los rodeamos. ¡Qué pocos orientadores hay en los centros escolares para tanto
dictamen!
Ánimo,
porque no hay cuesta más dura que la de septiembre y ya casi se acabó. Ya muy
pronto muy pronto será octubre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario