Desconozco el mundo interior
del colegio. No sé cómo mis colegas de primaria viven la docencia, y todo
aquello que desconocemos, tendemos a idealizarlo. Lo que sí conozco bien es el
mundo del instituto, ese es mi terreno. En él llevo desde 1996 y decir esto me
hace mayor, ¡ya son muchos años!
Estos muchos años me permiten darme cuenta de que el
instituto es, a veces, y para algunos, un medio hostil. Los profesores de
secundaria no disponemos del tiempo que nos gustaría para escuchar a nuestros
alumnos, sobre todo, no tenemos el tiempo que ellos necesitan para ser
escuchados. Siempre vamos con prisa. Ahora tengo otra clase, una reunión, que
hacer un informe, fotocopias, recibir a unos padres, mandar un tokapp advirtiendo de que hay piojos, reconducir una conducta inapropiada, corregir cuadernos,
preparar la evaluación, ordenar papeles, pasar faltas, diseñar exámenes varios para múltiples Necesidades Educativas Especiales, y un largo etc... Siempre tenemos algo.
Ellos, muchas veces, los alumnos, levantan la mano
educadamente para decirnos algo y nosotros, cual conejo de Alicia, siempre
llegamos tarde. Si os escucho a todos, ¿cuándo explico los verbos? Pregunto al
aire y el pobre baja la mano y me deja dar mi clase, a la carrera, como
siempre, a ver si logro esta vez explicar la perspectiva que es un aspecto
verbal al que nunca llego.
Cuando una madre o un padre viene a verme y me dice
aquello de: “ ya le expliqué que tiene
que decirte esto o aquello, pero nunca encuentra el momento”. Yo, avengonzada,
quiero que me trague la tierra y comienzo a entonar el “mea culpa”. Tengo que
reconocer, en algunas ocasiones, que su hijo tiene razón y que yo siempre voy
corriendo y no siempre escucho todo lo que tengo que escuchar. (¡A ver cuándo
se revisan nuestras horas lectivas).
Esto de no escuchar nos pasa a todos en mayor o menor
medida. Por eso como madre, como profesora y como mujer de vez en cuando me veo
en la necesidad de releer Ahora no, Bernardo/Not now, Bernard.
Un álbum ilustrado de David Mckee. Un álbum ilustrado de tan solo 32 páginas
que nos abre los ojos.
Bernardo es un niño que quiere decirles a sus padres que
hay un monstruo en la casa, pero los ocupadísimos progenitores no encuentran momento
para escucharlo. Así que el monstruo se lo come.
Por eso cuando nuestro hijo, nuestro alumno o nuestro marido
actúa como un monstruo quizá es que uno de verdad se lo haya comido, y como no
tenemos tiempo para ESCUCHAR ni para MIRAR no nos damos cuenta de cuándo se ha
producido esa transformación.
Escuchar a quienes nos rodean es importantísimo.
Dedicarles un poco de nuestra atención es fundamental para que ningún monstruo
los engulla.
Creo que fue Paco Abril a quien oí decir que un libro
infantil es aquel que pueden leer también los niños. Ahora no, Bernardo es un
libro que pueden leer también los niños pero que debemos leer y releer con
asiduidad los adultos porque es necesario aprender a ESCUCHAR y también a MIRAR
a quienes nos rodean.
¡Feliz lectura! (verbal y visual)
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