Viajar con niños es otra forma de viajar, otra forma de
encontrarse con los espacios, de mirar, de observar, de aprender, de llenarse
de un mundo ajeno que aunque ya visitado se vuelve nuevo cuando se revisita con
un niño.
En esta
ocasión, como casi siempre, empezamos sin rumbo la visita a la ciudad, llegamos
a las seis de la tarde y lo único que queríamos era pasear, mimetizarnos con un
paisaje que no nos era desconocido para ninguno de los tres. Entramos, cómo no,
en un local y salimos con un libro. Podríamos haber empezado por un bar y salir
con unos cuantos alvariños, pero lo cierto es que salimos con un libro. Un
libro que desde su portada nos llamó la atención porque nos recordaba muchísimo
a otro que ya conocíamos bien. Un libro que no hubiésemos comprado si no
hubiésemos ido con nuestro pequeño y que nos ha servido de guía mágica para ver
un Santiago diferente, con otros ojos. Ahora creo que es un error que los
adultos no compren para sí mismos un libro para niños porque lo cierto es que
se puede aprender mucho con ellos en poco tiempo, para un viaje de cuarenta y
ocho horas, como era el nuestro, es ideal.
Lo cierto es que sacamos los colores en dos oficinas de
información de turismo, la de Galicia y la de Santiago, pues preguntábamos por
algunos de los sitios de los que en el libro se informa y debían recurrir a sus
teléfonos móviles u ordenadores para buscar y saber de qué se trataba. Y
también a más de uno en la calle sacamos los colores preguntándole por la calle
Salsipuedes. El libro es actual e interesante a todos los niveles: informa de
sitios de siempre y de ahora, de los populares y los de libro; además, como
reza en la contraportada, Miroslav Sasek habría hecho un libro similar
artísticamente hablando.
Recorramos
Santiago de la mano de Fermín Solís y aprenderemos que para los pichileiros o santiagueses la
lluvia es arte y el arte está en Santiago.
Acercarnos a la Ciudad de la Cultura era nuestro primer objetivo. Máxime porque sabíamos que había una exposición para arquitectos en ciernes que no debíamos perdernos. El parque de la Ballena es precioso. Una obra de arte.
Hecha esta visita (que también viene recogida en el libro) nos dispusimos a buscar, a encontrarnos con sitios que habían llamado su atención, cómo no, lo primero el Laberinto de las Camelias. Recién podado seguro que pierde encanto, pero en pleno apogeo y con los brotes que tenía tiene que ser una preciosidad.
Si los estudiantes de Santiago tocan la escultura de Alfonso III para tener suerte en los exámenes, no debíamos desaprovechar esa oportunidad, y nos encontramos con un claustro maravilloso.
Un lugar ideal para perderse y que no te encuentren, cuatro claustros, capilla, sacristía y un montón de pasillos... amén de bar, restaurante, comedor...
No puede uno irse de Santiago sin visitar en Museo do Poblo Galego. Especialmente por la escalera helicoidal, pero también por otras salas interesantes en las que perderse, y, claro, si estamos en vísperas de Todos los Santos, pues hay que pasar a rendirle culto a Rosalía de Castro... dicen que no hablan las fuentes, ni los pájaros, ni los astros/ lo dicen pero no es cierto/ pues siempre cuando yo paso/ de mí murmuran y exclaman/ "ahí va la loca soñando con la alegre primavera de la vida y de los campos...
El Museo de Arte Contemporáneo lo encontramos vacío e imaginamos que los artistas jóvenes gallegos habían vendido toda su obra. Soñar es muy barato.
El Parque das Ciencias lo teníamos delante y nos costó encontrarlo. Lo imaginábamos grande, y es pequeñito, coqueto. Con su escultura, sus bancos con nombres de científicos, sólo encontramos uno con nombre de mujer...
No fue fácil dar con él, pero eso hizo que subiésemos al Convento de Belvís donde creo que hacen unas pastas riquísimas pero ¡vaya! las monjitas de retiro espiritual, nos quedan para otra, porque al Laberinto tendremos que volver una primavera.
Si los estudiantes de Santiago tocan la escultura de Alfonso III para tener suerte en los exámenes, no debíamos desaprovechar esa oportunidad, y nos encontramos con un claustro maravilloso.
Claro, y si vamos a ver a Alfonso III, no podemos dejar de ver a Alfonso II el Casto,
ahí descubrimos que Santiago está hermanada con Oviedo. Nos paramos a pensar y descubrimos que tienen algunas características comunes.
Paseamos por La Alameda para saludar a Don Ramón María y fotografiarnos con las Marías, además de admirar las vistas de la ciudad.
Vagabundeamos por sus calles hasta dar con la más pequeñita posible, la Ruela Entrerrúas; tomar unos churros en el Casino y jugar a probarnos gorros imaginariamente...
Mercado de Abastos |
Fuente a la que las mujeres, dice el libro, iban a coger agua. |
¿A quién no le gustaría que le dejasen notas tan bonitas y coloridas? Aunque el contenido, en fin, ya se sabe que los contenidos de las notas a veces no son obras de arte. |
Y ya que fuimos a ver a Atlas aprovechamos para conocer la vida y la obra de Eugenio Granell, además de trabajar un poquito siguiendo las indicaciones de la Fundación.
Aprovechamos la lluvia para conocer el Museo del Peregrino:
Además tuvimos la excelente oportunidad de ver la Catedral en obras por dentro, la última habíamos visto las obras del Pórtico, bueno, habíamos visto los andamios tapando el Pórtico de la Gloria... En las dos ocasiones abrazamos al Santo, que no falten los abrazos.
Imaginamos subirnos a un antiguo carruaje y nos adentramos en el Hostal de los Reis Católicos, antiguo Hospital de Peregrinos.
Un lugar ideal para perderse y que no te encuentren, cuatro claustros, capilla, sacristía y un montón de pasillos... amén de bar, restaurante, comedor...
No puede uno irse de Santiago sin visitar en Museo do Poblo Galego. Especialmente por la escalera helicoidal, pero también por otras salas interesantes en las que perderse, y, claro, si estamos en vísperas de Todos los Santos, pues hay que pasar a rendirle culto a Rosalía de Castro... dicen que no hablan las fuentes, ni los pájaros, ni los astros/ lo dicen pero no es cierto/ pues siempre cuando yo paso/ de mí murmuran y exclaman/ "ahí va la loca soñando con la alegre primavera de la vida y de los campos...
El Museo de Arte Contemporáneo lo encontramos vacío e imaginamos que los artistas jóvenes gallegos habían vendido toda su obra. Soñar es muy barato.
El Parque das Ciencias lo teníamos delante y nos costó encontrarlo. Lo imaginábamos grande, y es pequeñito, coqueto. Con su escultura, sus bancos con nombres de científicos, sólo encontramos uno con nombre de mujer...
Nos fuimos, porque tocaba irse, pero, una vez más prometimos volver...
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