¿Un monstruo nace o se hace? Por lo
que he leído y lo que he vivido: un monstruo lo hacemos entre todos. Cuando el
doctor Víctor Frankenstein crea su ser, éste despierta miedo solo por su
presencia, su tamaño, su forma… nadie se permite conocerlo, asusta, su aspecto
les resulta monstruoso. Este ser no es un monstruo, solo se portará con
crueldad cuando le ruega a su creador que le haga otro ser como él con quien
compartir su amor. El doctor se niega, sus razones éticas tiene (siempre se
tienen razones para todo), y el ser se convierte en un monstruo: le falta amor,
le falta comprensión.
Ahora no, Bernardo, álbum ilustrado de David Mckee,
también nos enseña que al monstruo lo creamos quienes lo rodeamos, pues nunca
tenemos tiempo y amor para dedicarle. Donde viven los monstruos, otro
clásico libro-álbum, de Sendak, viene a contarnos lo mismo.
¿Convierte nuestra incomprensión a
algunos niños y niñas en monstruos? Posiblemente sí. No todos somos iguales,
aunque sí ante la ley. No todos reaccionamos igual, aunque todos respiremos
igual. Hay personas a las que les gusta destacar, y, otras, en cambio,
preferimos ser grises, pasar desapercibidos. A mí mi padre me decía que como en
el ejército, que no destacase ni por arriba ni por abajo. Yo no tuve problema
con eso. No destacaba. Ni podía ni quería. Sin embargo, recuerdo una vez en el
colegio, estaba sentada con mis dos amigas en el patio, durante el recreo, y
otra niña vino, se me plantó delante y me dio un bofetón. Mi único movimiento
fue poner mi mano en la mejilla dolorida. No reaccioné. Fueron mis amigas
quienes denunciaron la agresión ante el tutor. Yo no lo habría hecho. Yo no habría
buscado problemas, quizá con mi actitud los hubiese generado. Quizá entonces
ella decidiera pegarme todos los días. ¿Qué motivó que esa niña me pegase? Ni
lo supe entonces, ni lo sabré nunca.
¿Por qué a veces despertamos malestar
en los otros? No tengo respuesta. Algunos dicen envidia. ¿Envidia de qué? Me
pregunto yo. ¿Rabia contenida? ¿Diversión? Los motivos que llevan a unos niños o
niñas a agredir física o verbalmente a otro como los caminos del Señor son inescrutables.
O no. Igual se trata
de observar, de buscar razones, de buscar respuestas, de intentar no pasar palabra,
de implicarse, de querer una sociedad mejor y pelear por ella.
Como docente sé que a un niño, niña
le pegan y automáticamente penalizamos al que agrede, al que insulta. Como
docente y como tutora sé que defendemos a nuestros tutorandos, lo consideramos
parte de un buen ejercicio de nuestro deber de tutores. Sin embargo, como
docente con muchos años de experiencia, sé que todos los alumnos de nuestro
centro de trabajo son nuestros alumnos y alumnas. Ha sido el azar,
prácticamente, el que ha puesto a unos discentes y no a otros en nuestra
tutoría. A veces, un buen abogado logra que no se imponga pena a un mal
ciudadano.
Cuando a un niño le vacilan
continuamente; le toman el pelo; le dicen “eres un árbitro de mierda”; le
responden “jamás te votaré”; le hacen el vacío… ese niño o niña se va minando,
se va haciendo cada vez más pequeñito. Lo que un niño busca es aprobación y cariño; busca
ser un ídolo; busca ser uno más, desea pertenecer al grupo, no sentirse fuera… Mi
hijo con tres años, aún lo mantiene, nos dijo que necesitaba estar con gente de
su edad. Eso es lo que les ocurre a todos, aunque algunos no lo manifiesten.
Los mayores dicen “los niños necesitan niños”. ¿Qué ocurre cuando los demás
niños te rechazan? ¿Qué ocurre cuando de tus debilidades, de tu personalidad
hacen ellos su diversión?
Los padres pueden dedicar mucho
tiempo y dinero en que el niño mejore el control de sus emociones; PERO, no
puede remar solo. Un niño no puede remar solo. No podemos obligar a nadie a
querer a otro, sin embargo, sí creemos que es posible enseñar a los demás que
no es gracioso insultar a alguien; que no es divertido tropezarse con alguien
repetidas veces; que humillarlo no nos convierte en guays; que burlarse nunca
es una opción. Sí podemos educar en que dos no discuten si uno no quiere.
El pequeño Poni de Paco Bezerra nos pone sobre alerta
en eso del “son cosas de niños”; Juul de Maeyer nos recuerda que lo que dicen
nuestros iguales de nosotros mina nuestra autoestima si es negativo (hilo de cobre…)
En
ocasiones los niños rechazaos actúan con violencia y son castigados, sermoneados,
pero no nos hemos parado a pensar ¿por qué se producen esas faltas de
autocontrol? ¿Cuándo se producen? ¿Quizá el vaso de las humillaciones está
lleno? ¿Estará harto? Él debe reflexionar sobre sus acciones, ¿se le pide lo
mismo al resto? ¿No hay a fin de cuentas dos agredidos? ¿No son acciones de
recíprocas? ¿O es el que da el último el que debe ser vapuleado también por
padres y docentes? Cuidado, tengámoslo presente, el que agrede primero -verbal
o físicamente- nunca está solo, siempre tiene un coro de palmeros que darán la
cara por él.
Ojalá
entre todos, padres y docentes, podamos construir un mundo mejor, falta nos
hace. Invito a maestros y profesores a trabajar este tema, quizá estos ejemplos
de lecturas aquí propuestos puedan servirnos para plantear el tema. Los álbumes
ilustrados admiten muchos niveles de lectura. El pequeño Poni y Frankenstein o el moderno Prometeo[1] ya son
libros para niños con mayor competencia lectora, pero su lectura sin una
reflexión posterior, sin un diálogo pedagógico compartido no dará sus frutos. Trabajemos.
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