No he sido yo
de citas a ciegas. He sido persona de saber lo que quería y lo que buscaba
(aunque alguna vez me he despistado o sentido confundida). Lo cierto es que
tener una cita a ciegas despertó mi curiosidad.
La
primera vez despertó mi curiosidad pero no di el paso. La segunda nació el
deseo pero no me atreví. La tercera creció la valentía y decidí aventurarme. Me
puse mi equipo de valiente y escribí mis datos.
La
verdad es que solo me puse un traje, no estaba francamente convencida. Sin embargo,
ya había dado mis datos y solo podía esperar. “Alea iacta est”, pensé.
No
atravesaba una buena semana, me sentía inquieta e insegura. Me reprochaba haber
contestado a aquel formulario, haber dado tal o cual respuesta. Me arrepentía
constantemente. ¿Y si no me gusta? No podía devolverlo sin más. Tenía que
afrontarlo como un juego, no obstante, no podía.
Más
pronto que tarde, y hasta eso no me gustó, puesto que pensé que tardarían más
en encontrar algo para mí... había sido tremendamente fácil, llegó.
Y
llegó un mal día, un día con muchas emociones, un día agasajada con Fernando
Vicente, un día con sus dos caras, la triste porque me iba, la feliz por el
cariño que me demostraban mis amigos. Y tuvo que llegar él, ese día
precisamente. Un día en el que había tenido bastante.
Lo
miré con recelo. No me gustaba. Lo que me temía, no me iba a gustar y no me gustaba.
Así de simple. Ni siquiera le había quitado el primer envoltorio pero ya sabía
que no me gustaba.
Lo
senté en el sofá, junto a mí, ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Tirarlo a la basura?
Le hice fotos. Me sentía patética ahí, haciéndole fotos, pero ahí estaba. Me
fuí.
Al
día siguiente ahí seguía,
esperándome, y yo no me decidía entre quitarle el primer envoltorio o mirar
hacia otro lado. Ya se olvidaría. Ya pasaría.
Se
lo quité, ¿qué habrías hecho tú? No puedes devolverlo sin más, tienes que darle
una oportunidad. Todos nos la merecemos. No sería justo. Yo querría que a mí me
la diesen. Se la di.
El
segundo envoltorio no me pareció tan excepcional como yo habría creído que
sería. En fin...
¿Habían
sido exageradas mis expectativas? ¡Había visto otras citas a ciegas tan
bonitas, porque la mía iba de mal en peor! ¿Por qué una espera que en una cita
a ciegas aparezca un Príncipe Azul? Los Príncipes Azules no existen, ¿por qué
los seguimos esperando en los cuentos?
La
cosa es que, enfadada conmigo misma, rasgué el siguiente envoltorio. Y solo
conseguí enfadarme más.
Era
una lucha interna, ¿por qué creí que tenía que gustarme? Lo tenía rotundamente
claro: yo no lo habría elegido NUNCA.
Me
enfadé mucho más conmigo misma. Esta vez
por haberme dejado seducir por un anuncio durante dos años rondándome en la
cabeza. Por creer que puedo dejar a otros que elijan por mí. Por idealista. Por
ingenua...y, sobre todo, por no estar afrontando bien una decisión que yo
solita había decidido. Acabáramos. Ese era el quid de la cuestión. No era esta
decisión de mi cita a ciegas sí, mi cita a ciegas no, yo quería engañarme así,
pero no era ella la que me traía a maltraer.
De
nuevo, en fin...
¿Cómo
se rechaza a una cita a ciegas? ¿Se le dice que no y ya está? Francamente todo
se me estaba haciendo muy cuesta arriba.
Una
noche me fui a la cama pensando “hay algo en la primera impresión que no me
disgustaba del todo vacaciones, lo dejaré para las vacaciones, quizás...”
Mis
vacaciones han tardado en llegar, más de lo que me habría gustado, se me ha
hecho largo, muy largo y pesado el camino hasta llegar a ellas. Pero han
llegado.
El
otro día nos sentamos juntos. Yo estaba más tranquila, sé que yo nunca lo
habría elegido a él, sé que se habría quedado entre muchos otros, que cientos
de ellos le habrían pasado, sé que sin unas manos sabias y un cerebro bien
amueblado, le habría dado esquinazo, le habría dejado escapar, aunque hubiese
leído sobre él, aunque me lo hubiesen recomendado otras voces.
Ahora
que hemos pasado un par de tardes juntos, tranquilos, sin pedirle que debe
cumplir unas grandes expectativas, sé que vamos a pasar muchas tardes más.
Vamos a disfrutar y a compartir, porque hay un elefantito que no me quito de mi
cabeza, porque hay muchas historias que a mí me gustaría contar y, por encima
de todo, porque no es un LIBRO DE UNA SOLA TARDE. ES UN LIBRO COMO DIOS MANDA.
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