viernes, 27 de julio de 2018

UNOS BRIOCHES, POR FAVOR


Una amiga me ha regalado este libro Tea Rooms. Mujeres obreras.
Soy muy afortunada, tengo alrededor muchos seres humanos que valen la pena (también he tenido parásitos, qué le vamos a hacer, así es la vida, un camino de aprendizaje, pero no es de esto de lo que quiero hablar, sino de Tea Rooms).

                Hace exactamente veinte años (decir esto me hace mayor) yo aprobé la oposición,  mi tema escrito: la generación del 27. Entonces no se hablaba de las sinsombrero ni de ninguna escritora de la época. Se hablaba de esos grandes y admirados maestros ante quienes yo me quito el sombrero: verde que te quiero verde;  si me llamaras sí, si me llamaras; enhiesto surtidor de sombra y sueño... pero igual que yo no quiero hablar de mis parásitos,  tampoco se hablaba de ellas, como si fueran parásitos. Habían caído en el olvido. No se las conocía, no se las reeditaba, no se las estudiaba...

                Así que cuando Luisa Carnés cayó en mis manos este verano yo no la conocía y ha sido un placer conocerla. Un grato placer conocer Tea rooms. Mujeres obreras, conocer a Matilde y a sus compañeras de la confitería.

                Empiezas a leer y pronto te sientes dentro, dentro del salón de té, esperando, comiéndote un brioche mientras observas todo con detenimiento. No necesita frases largas para meterte en la historia. No necesita circunloquios absurdos. Simplemente te lleva de la mano al salón y desde allí te permite verlo todo. Sin buenos ni malos. Sin maniqueísmos juveniles. Lo que ves es lo que hay, júzgalo tú.

                No hace falta dibujar hombres malos para resaltar las luchas y virtudes de las mujeres de entonces, como tampoco de las de ahora.. Eso me gusta de la novela y ennoblece a Luisa Carnés. Simplemente te convierte en un cliente privilegiado que puede verlo todo y formarse una opinión.

                A ti, cliente privilegiado de este local, te deja incluso ver los ratones por ahí pululando (ya no hay ratones en las casas, pero hubo un tiempo en que era habitual que se sospechase que había uno en casa, especialmente cuando tenías muebles nuevos, se le ponían trampas y se pasaba miedo por las noches pensando que se te metería en la cama), pero imaginarse un ratón en una confitería de copete... Tú, lector, lo ves.

                Estás dentro. Te estremeces con su hambre, pones en entredicho tu ética y tu moral, ¿es lícito robar si a ti te roban en el salario? ¿Si lo que ganas no te llega para saciar tu hambre?¿De qué lado estás: del empresario que roba con impunidad o de la dependienta que sustrae miserias de la caja? Robar no está bien eso está claro, pero quién roba a quién. 

                Todo lo ves y de todo te vas haciendo una opinión y posicionando... Y se te caen los palos del sombrajo cuando descubres que Antonia, a quien tú has dibujado como una mujer mayor, es más joven que tú... y por un momento no te sientes tan niña, ni tan “maravillosa”...

                La narradora te sienta en el salón y tú miras, observas, dices, creas opinión e incluso, a veces, juzgas y te posicionas. Inevitablemente.

                La novela con leves pinceladas te invita a pensar, a reflexionar, a vivir en otra época y ver que cien años más tarde algunas cosas no han cambiado. Entonces te entra el miedo. Evolucionamos muy lentamente, pero, seamos positivos, evolucionamos, no nos quedemos en el miedo.

                Me ha gustado mucho sentarme en este saloncito madrileño y ver que no siempre hay finales Disney, que hubo un tiempo en que estos eran impensables. Hasta aquí puedo leer porque no quiero estropear la novela a nadie. Puedo decir que me gusta Matilde, me gusta mucho Matilde porque siempre sabe estar. Como también puedo decir que te invito a sentarte en este salón, esta confitería, y ver Madrid y a sus mujeres de hace cien años. Ver y comparar, y pensar y reflexionar. Hoja de Lata ha hecho una edición muy cuidada que te gustará.

               

1 comentario:

  1. Este invierno, dando una vuelta por "La casa del libro" de Gijón, me encontré con esta joya, que no conocía, y la compré. Matilde y sus compañeras, sus jefes, los clientes de la confitería/pastelería/salón de té, todos me hicieron pasar unos buenos momentos (a veces esa "bondad" fue también tristeza, pena). Un descubrimiento la obra de Luisa Carnés, de la que ni había oído hablar.

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