domingo, 3 de febrero de 2019

LECTURAS DE INVIERNO




Me gusta el verano no solo por el buen tiempo y la desocupación que se generaliza cuando se piensa en los de mi gremio, no siempre es así, pero que cada cual opine lo que quiera con la información de que disponga, sino que me gusta, el verano, porque algunos veranos leo y leo mucho para mí, para la mujer de cuarenta y tanto que soy ahora.

                Sin embargo, las lecturas de invierno, con o sin nieve de fondo, son lecturas de otra edad o relecturas (aunque hace cosa de tres veranos releí Drácula y creo que me impactó más que la primera vez). Son lecturas de preadolescentes y quinceañeros en la mayoría de los casos que se encuentran a sí mismos, a veces sin ni tan siquiera buscarse.

                Esto es lo que me ha pasado este fin de semana. He leído tres obras publicadas por la editorial Anaya para ver si alguna encajaba en el programa. Lo he dicho muchas veces, si Mahoma no va a la montaña... igual puede que la montaña vaya a Mohama... Los encuentros literarios las veo como píldoras estimulantes en manos de los discentes. Salir de las cuatro paredes del aula ordinaria e ir a escuchar a alguien que no les va a poner nota es siempre un bien necesario, así que hay que intentarlo siempre que esté en nuestras manos.

                Esta vez el trabajo ha sido agradable, pues las tres obras –aunque no sean para mi edad- merecen la pena. Son tres obras magistralmente construidas.

                Alma y la isla escrita por la asturiana Mónica Rodríguez y ganadora del XIII Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil es una novela ilustrada por Ester García. El conjunto, con una buena presentación, tapa dura y tamaño manejable, parece a priori una obra para escolares en sus últimos años de primaria, por su tipografía, sus capítulos cortos. Creo que puede serlo perfectamente; sin embargo, creo que también podemos usarlo en nuestros primeros cursos de secundaria por la profundidad del tema y el lirismo con el que ha sido tratado.

                Narrado poéticamente Alma y la isla no es solo el crecimiento personal de un niño –la niña ya viene crecida-, es uno de los grandes temas de este momento, de este mundo globalizado, la llegada o no, al Mediterráneo de tantos que deben huir de su país natal.

                Temáticamente me recordó al álbum ilustrado La Isla, un clásico imprescindible que todos deberíamos tener en nuestras bibliotecas. Aquí, en el álbum, son los adultos quienes rechazan al extranjero; en Alma y  la isla el niño simboliza/representa los miedos de los adultos. Verlos en la mirada de un niño nos hace a los adultos replantearnos, al menos debería hacerlo, muchas cuestiones. Es uno de esos libros de Literatura Infantil y Juvenil que entiende bien el concepto , es un libro que puede leer cualquiera: jóvenes y adultos.

                Dulce como las olas que tragan vidas, hay que leerlo.



                En un bosque de hoja caduca, en este orden los leí, es la segunda de las lecturas de las que estoy hablando. Una preciosidad. Se trata de otro Premio Anaya, en este caso el III Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil y también, y supongo que por ello, la edición es muy cuidada. Ilustrado por Esperanza León este relato de Gonzalo Moure es un canto a la vida (con su muerte) y a la naturaleza (mucho más sencillo que Delibes, Miguel Delibes, en este campo).

                También tenemos de protagonista a una niña que crece en este verano, pero a la niña la vemos desde la mujer adulta que es hoy y desde esa niña que escribía en su cuaderno de campo, esto es, hay mucho flash-back.

                Poéticamente Gonzalo Moure, con palabras que nos llenan el alma, nos transmite ese profundo respeto a la naturaleza y a los bosques que todos deberíamos practicar. Apetece sin duda que llegue el verano y salir a escuchar a los ruiseñores. Pero también es un canto a la escritura: 


Me gusta escribir 
porque es hacer magia con las palabras”.


                Tanto en el libro de Mónica Rodríguez como en el de Gonzalo Moure hay magia, magia no solo en la trama, magia también en las palabras. Al igual que el de Rodríguez el de Moure es un libro al que pueden llegar los últimos de primaria tanto como los primeros de secundaria. Quizá el de Moure, al estar narrado desde la mujer adulta que la niña es hoy nos toque un poco más la fibra emocional a los adultos. Ambos son libros que podemos compartir con ellos.

                Por último, El medallón perdido de Ana Alcolea (Premio Cervantes Chico) comparte con los anteriores la temática del crecimiento del joven (estudiante de 3º de la ESO) pero no la encuadernación (pertenece a una de las colecciones de Anaya Juvenil, Espacio Abierto) como tampoco las ilustraciones, de las que carece. No es una novela ilustrada, lo cual es una pena, porque todo el nudo de la historia acontece en África y daría para muy buenas imágenes.

                Estamos ante una novela juvenil que trata al adolescente con respeto, no le habla en su jerga y con miles de palabras malsonantes para ganárselo, sino que lo hace con un lenguaje cuidado. Le cuenta una historia bien organizada que fluye con la suficiente tensión emocional y armadura para querer continuar leyéndola.

                A pesar de que los capítulos no responden a la misma medida tienden a ser cortos, sin embargo el ritmo de la novela no es rápido, todo lo contrario, lento, no hay mucha acción pero sí mucha imagen de África y sus costumbres que contrastan bastante con nuestro mundo occidental. No se trata de la África que huye –como en Alma y la isla- sino de la que se mantiene y perpetúa sus costumbres viviendo en selvas con plantas exóticas y animales venenosos. La África que todos queremos conocer, a la que todos queremos viajar.

                Si se busca acción y rapidez, no se encontrará en El medallón perdido, sí se encontrarán valores y aprendizajes para la vida.

                A los tres les une una cuestión: el dolor enseña y ayuda en la vida. En los tres se aborda la muerte, en el primero de aquellos que fenecen alejándose del sinvivir de su tierra sin alcanzar otra; en el segundo, el de la abuela y los polluelos, la ley de vida; y, en el tercero, la del padre. Yo le atribuyo a los libros muchos beneficios, pero cuando la vida te golpea con la muerte de un ser querido creo que sólo el tiempo te enseña a vivir con ese dolor, al menos a mí no hay libro, cuando la muerte me ha golpeado –y algún libro he leído- que me haya hecho  sufrir la catarsis necesaria y me permitiese volver a reiniciar mi viaje. Así soy yo. Por cierto, los tres van en consonancia con dos bellos álbumes ilustrados que ha publicado Bárbara Fiore Editora, La vida y La muerte (la una no existe sin la otra).

                Y hablando de lecturas y de muerte, me ha venido una que he hecho esta semana, también por trabajo –suerte que los profesores salimos a las dos, dicen, y ya está- La edad de la ira de Nando López. Su autor nos visitará esta semana y a pesar de que no tendré la oportunidad de escucharlo, pues hablará para 4º de la ESO y 1º de Bachillerato, sí quise leer algo suyo.

                La edad de la ira es una novela que remueve por dentro. En su contra diré que el profesorado, a excepción de dos o tres, salimos muy mal parado y, a mí, personalmente, me parece un poco llevado a extremo y hasta alguno desfasado –ese director de la época franquista lo veo anacrónico-. Además también opino que las escenas de sexo me parecen innecesarias, quizá quede yo como una remilgada, pero no me parece que aporten nada y como dice Moure a través de la abuela de la protagonista de En un bosque de hoja caduca: “lo que no hace falta, sobra”, pues eso, que no hacen falta y, por tanto, sobran.

                A su favor, su agilidad, lo bien construida y, sobre todo, las múltiples perspectivas que puede tener un hecho y lo fácil que es condenar a alguien sin más razón que porque parece evidente.

                La homosexualidad y sus adyacentes no es el único tema; como tampoco lo es solo la vida de un instituto, hay más que merece la pena descubrir.

                Así es la vida: aprendizaje, dolor y un algo más, un no sé qué que nos da la alegría de vivir en verano y en invierno.