sábado, 28 de septiembre de 2019

RATÓN DE BIBLIOTECA




Mi abuela, la casa de mis abuelos, tenía un desván. Yo siempre soñaba con entrar en aquel espacio, pero era muy peligroso, había ratones. Eso argumentaba siempre mi abuela para no dejarme subir al desván. A decir verdad, ningún adulto en aquella casa me dejaba subir al desván. Además de los ratones, estaban los escalones. Eran muy delicados, y complicados también. Creo que en solo una ocasión logré subir los complicados escalones y meter la cabeza por el agujero (no por la dificultad que la proeza desentrañaba, si no, porque siempre había alguien vigilando). Jamás se me ocurrió meter un pie, siempre tuve miedo a los ratones. Y los miedos, ya se sabe, paralizan.


 Cuando mi abuela murió, su heredera tampoco me dejó subir al desván, imagino que los ratones ahora eran enormes ratas, porque los escalones ya no eran ni difíciles ni complicados para mí. Lo cierto es que siempre me quedé con esa gana de tener un desván, una buhardilla, un espacio mágico y misterioso. En los pisos es muy difícil encontrar un rincón así. 


La casa de mi abuela era tan especial que hasta tenía un cuarto oscuro. Nunca he tenido necesidad de tener un cuarto oscuro, porque yo dormía y rezaba las cuatro esquinitas tiene mi cama  en el cuarto oscuro con mi abuela. ¡Qué tiempos! Dormir y rezar. Quizá no tan distintos a los de ahora que estamos dormidos ante tantas atrocidades sin hacer otra cosa que no sea esperar a que nos caiga del cielo una solución.


            A pesar de que seguimos durmiendo a la par que esperamos que las soluciones nos lleguen por ciencia infusa, hay cosas que sí han cambiado. Ahora mi padre nos ha construido una casa con desván. Cuando se puso manos a la obra, yo soñé que ese sería un lugar encantado para mí. Mi habitación propia. Mi estudio. Mi espacio. Todos tenían bastante claro en la familia, que allí, a unos metros encima del salón, tendría mi biblioteca. A fin de cuentas, algunos habían querido llamarme algunas veces “ratón de biblioteca”, así que tenía su lógica que mi biblioteca estuviese en un desván donde el único ratón fuese yo. Por fin, mi abuela y yo unidas a través del tiempo.


          Mi padre avanzaba y el espacio era cada día más bonito. Creo que todos en la familia soñaron por un momento en que yo renunciase a mi biblioteca, creo que ninguno perdió la ilusión en que yo renunciaría, al menos, lo sometería a votación. En el fondo, yo también me sentía un poco egoísta al querer apropiarme del que  a mi juicio iba a ser el mejor lugar de la casa. Solo una persona se atrevió una vez a sugerirme que compartirse ese espacio. Una persona pequeña para quien los escalones, los complicados escalones, no iban a ser nunca ningún inconveniente.

       No tengo una biblioteca en un desván porque aunque algunos se atrevieron a llamármelo alguna vez, yo nunca jamás he sido un ratón de biblioteca. Me encantan las bibliotecas, algunas hasta me fascinan, pero tanta gente junta y tanto silencio es algo que  siempre me ha costado asimilar. No tengo una biblioteca en un desván para mí solita porque tengo un hijo, porque soy madre, y porque las madres somos capaces de renunciar a nuestros mejores sueños en favor de nuestros hijos. Además, con el tiempo, esos escalones habrían sido difíciles y complicados para mí. Mi abuela tenía razón. En los desvanes deben vivir seres pequeños que no tengan problema en subir y bajar.




 

domingo, 15 de septiembre de 2019

LEER O NO LEER, su primera lectura "electrónica"

(Este texto lo escribí el 1 de agosto de 2019, algunas cosas ya han cambiado, esa primera lectura suya en digital yo también la hice, pero eso lo dejaré para otro día).

Una de las frases célebres más repetida y transformada seguramente sea "To be or not to be. That's the question". Hoy la transformo en "Leer o no leer. ¿Es esa la cuestión?"; sin embargo, la reflexión debería ir más allá de un leer o no leer, debería pasar por un qué leer.

El acto de leer en sí mismo es un prodigio. Desentrañamos un complejo sistema cual si fuera un rompecabezas desde pequeñitos. Conseguimos resolver el enigma con muy pocos años en algunos países. El ser humano no nace dispuesto para leer, la sociedad le obliga -algunas sociedades- desde pequeño. No hace tanto en España había un montón de analfabetos. Hoy en día quedan algunos, pero uno de los logros de esta nuestra sociedad es haber conseguido que esa cifra sea cada día menor.

Desciframos el código, descubrimos el rompecabezas y luego ¿qué? Pues luego los maestros y los padres queremos que los niños lean, que aprendan que ese puzle conlleva algo más que un simple silabeo. Queremos que lean, verlos con un libro en la mano nos emociona, es un triunfo (tampoco los niños nacen predestinados a pegarle patadas a un balón -ni las niñas, claro-, eso también lo promueve la sociedad). A lo que iba, ¿vale leer cualquier cosa?

El mundo editorial es muy amplio. Una gran variedad de textos asalta el mercado ya sea en formato libro, revista, periódico y de nuevo la pregunta ante tanta oferta, ¿es lo mismo un texto que otro? No. NO todos los textos son iguales ni aportan lo mismo. Por tanto, como con las pastillas, los beneficios no pueden ser los mismos. Pastillas para dolores de cabeza, pastillas para tomar antes de la exposiciones solares, pastillas para los nervios, para los dolores de estómago... para lo que haga falta. Lo mismo ocurre con los libros. ¿Qué te "duele"? ¿Qué libro necesitas?

Ante el "leer o no leer", diría leer siempre. Agiliza ese lado de tu cerebro, mantenlo ágil. Ante ¿qué leer? Esa es la gran cuestión.

Los niños son grandes lectores casi casi sin excepción, aunque las hay. Leer es un juego. Es el juego de descifrar. Pero llegan a la adolescencia y ese juego se convierte en muchos casos en tedio. ¿Por qué? ¿Realmente porque empezamos a dejar de jugara? ¿Realmente porque tenemos otros intereses -los amigos- que nos llevan más tiempo? ¿Realmente porque en el colegio leían libros desternillantes, personajes que utilizan palabrotas, esas que los papás dicen que no se pueden utilizar? o ¿realmente porque las lecturas de insti más que para reír son para hacer pensar?

El profesorado encuentra un muro cuando propone que la lectura de este mes, trimestre o curso sea tal o cual. Ya está armado el lío. Es obligatoria, o sea, sinónimo de aburrida. Y es que cómo se les ocurre obligar a leer, leer es una actividad lúdica. Es un juego y cada uno tendría que poder elegir libremente su tablero.

Si un preparador físico le dice a su pupilo que haga cien flexione, éste las hará sin rechistar, no le dirá como argumento para no hacerlas que ha corrido tres horas por la mañana. Hará lo que el entrenador le pida porque él entiende, él prepara nuestro cuerpo para un partido o para estar en forma. En cambio, al profesor se le cuestionan las lecturas, a pesar de que este es el entendido en la materia y el que puede ayudarte a fortalecer tu mente. Los resultados no son inmediatos y no suelen ser visibles porque quien lee lo que le sugieren no necesita mostrar la tableta de su cerebro.

Es muy difícil conseguir que no dejen de leer. Yo vivo con ese miedo. He visto muchos casos de niños lectores que llegan al instituto y dejan de leer. También los he visto que llegan al instituto y empiezan a leer, pero no puedo dejar de vivir con ese miedo constante en mi profesión, ahora también en mi vida.

Quiero que lea y me encanta verlo crecer con libros en la mano. No obstante, sus favoritos ahora son esos desternillantes que no conducen a nada más que a la risa fácil y simple.  Sus lecturas, cómo no, también las marca la sociedad, la sociedad en la que vive, en la que se desenvuelve. Yo querría para él otras lecturas, que le voy recetando sin agobiarlo, en pequeñas dosis y especialmente dejándole el verano para que lea como la mayoría, libros fáciles, sin profundidad, tiempo tendré, o eso espero, para que vaya caminando él solito y su sociedad, su pandilla, hacia libros con mensaje implícito.

Hace no tanto tiempo, cuando era bebé, todos sus avances se registraban de alguna manera. Ahora ya es un niño y parece que ha dejado de avanzar. Pero ya ha leído sus primeros en formato electrónico, este verano, y eso es un avance que quiero registrar aquí. No por ello ha dejado el papel, ha combinado ambas opciones y creo que no está nada mal en los tiempos en que vivimos.


EL VERANO SIN HOMBRES

          Los Premios Princesa de Asturias nos descubren figuras sobresalientes que un día pasearán por nuestra ciudad, viajarán por nuestra provincia, asistirán a nuestras aulas y dejarán una huella imborrable en todos aquellos que se acerquen a su obra.

       Yo aprovecho un tiempo del verano para conocerlos un poco mejor, al menos a algunos, especialmente a los de letras. Siri Husvedt me ha sorprendido gratamente con EL VERANO SIN HOMBRES. Una narración literaria lejos aparentemente del academicismo literario, rompiendo las reglas tantas veces usadas para transformarlas y devolvérnoslas como un amasijo de barro que nosotros podemos moldear a nuestro antojo o lucirlo tal cual nos lo ha presentado. Una obra protagonizada por una narradora (o no), en forma de novela autobiográfica (o no), de una carta cómplice a nosotros los lectores.

         Plagada de referencias literarias, filosóficas, científicas, cinéfilas, si vais a leerla hacedlo con papel y lápiz o con navegador porque eso es exactamente lo que querréis hacer. Navegar, profundizar, buscar, bucear, conocer...

          Muchas vidas en pocas páginas. Y ¿sabéis con qué me quedo yo? Con la profesora-poeta. Esas clases nada idealizadas con siete chicas, siete adolescentes. Esas clases con siete alumnas ¿quién pudiera? No necesariamente alumnas, podría ser perfectamente mixta. Una clase de siete, de ese número mágico que todo lo consigue. Lo confieso, mientras leía imaginaba mi aula con mis siete "elegid@s" y me costaba, porque cuando ya tenía siete me aparecían otros siete que daban para otro grupo, y otros siete...Cada uno, ya se sabe, de los libros hace su lectura y su recuerdo. Muchas historias, muchas vidas, y yo me quedo con un sueño: ¡grupos de siete! Grupos de siete con los que hablar de poesía, hablar de la vida...